Esta era una vez.. un profesor que no quería llegar al salón de clases. Se sentía cansado y sobre su espalda cargaba un enorme morral lleno de objetivos enumerados del 1 al infinito. Eran muchos, tantos que se doblaba bajo el peso de su morral. Cada vez que llegaba a clases ponía el morral sobre el escritorio, sacaba dos o tres objetivos de su preferencia y haciendo un esfuerzo por sonreir se los mostraba a los alumnos.
Él quería que ellos los tomaran y se los llevaran para aligerar un poco la carga del morral, pero a los alumnos no les interesaban sus objetivos y comenzaban a lanzar tizas, borradores, se reían del profesor y rayaban las paredes. Entonces, el profesor lleno de furia y de frustración sacaba del morral una cajita llena de números rojos que siempre comenzaban en 0 (cero): 01, 02, 03, etc. Y se los lanzaban para vengarse de ellos.
Así fueron las cosas hasta que aquel lugar se convirtió en un campo de batalla que duraba hasta que a lo lejos se escuchaba el sonido del timbre de salida. El pobre profesor recogía sus objetivos, sus números rojos y su cargado morral al hombro y salía casi arrastrándose debido al peso del bulto, muy desanimado, triste y solitario.
Un día el maestro perdio el camino y de tanto andar llegó a un lugar hermoso. En la puerta había un letrero que decía: "Eres Bienvenido a construir tu propio aprendizaje". Abrió la puerta intrigado y se encontró con un grupo de personas felices. Todos sonreían, conversaban, caminaban, se abrazaban y aprendían. Él quiso ser parte de ese grupo. Al entrar se le pidió que dejara el morral, se quitara el traje de profesor y se colocara un bello pero sencillo traje de ser humano (todos tenían el mismo traje).
En un escritorio, el profesor vestido de ser humano, vio un morral parecido al suyo, pero éste estaba abierto de par en par y cada uno sacaba de él lo que quería: uno, dos, tres objetivos y salían alegres a construir. El también sacó algunos y se divirtió tanto, tanto que deseó que nunca sonara el timbre de salida.
Al día siguiente, con su traje de ser humano se fue a su salón de clases, pudo su pesado morral sobre el escritorio, lo abrió de par en par e invitó a sus alumnos a quienes veía como sus enemigos, a que tomaran de él lo que quisieran. Entonces ellos corrieron a apropiarse no de uno, ni de dos sino de tres, diez, cien hasta infinitos objetivos. Tomaron lo que necesitaban y cada uno se construyó con ellos un traje de ser humano y desde entonces se empezaron a ENTENDER. El profesor (ahora ser humano) volvió a sonreír porque sus alumnos son ahora sus amigos, y lo mejor de todo fue que se quitó esa carga de los hombros, porque él que trabaja con amor, no siente una carga, pues disfruta enseñar.
Tomado de la recopilación de la Lic. Annirida García
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