Utilizar recompensas como mecanismo para detener las rabietas puede reforzar esta conducta. A diferencia de los adultos, cuando los niños se sienten incómodos, tristes, desilusionados o frustrados no saben controlar ni expresar sus emociones por medio de las palabras; por el contrario, acuden al llanto, los gritos o berrinches. Los padres, por su parte, sienten impotencia o se enfurecen por no poder solucionar la situación, sin embargo, deben comprender que esas "rabietas" son parte de un proceso de desarrollo normal por el que pasan todos los niños mientras aprenden a auto-controlarse. Generalmente, es la forma de expresión común del infante entre los 1 y 3 años de edad; a partir de los 4 comienza a desaparecer.
Es necesario comprender que estos berrinches tienen causas tanto fisiológicas como psicológicas. El niño tiene menor desarrollo psicomotor, por lo tanto su lenguaje y el del mundo que lo rodea no es el mismo; muchas veces el pequeño no entiende lo que se le está diciendo, así como en oportunidades los adultos no aciertan en lo que él está solicitando.
Después de ciertas horas, el cansancio y el hambre pueden afectar en su conducta, muchas veces la incomodidad ocasionadsa por la ropa que lleva puesta (en relación con el clima, si se siente acalorado o tiene frío), además de la frustración generada por determinada situación pueden llevarlo a tomar esa actitud para hacer notar lo que está sintiendo.
El comportamiento de los padres también puede ser un factor desencadenante e influir en la gran medida cuando, por ejemplo, el niño ha sido recompensado en cierta ocasión, después de haber "dramatizado" un berrinche; esto provocaría el refuerzo de la "mala" conducta, ya que aprendería a repetirla para lograr lo que quiere.
En estos casos de rabieta, los padres deben tratar de distraer al pequeño desviando su atención hacia otra cosa o juguete, si no funciona, es recomendable mantenerse calmado y no darle mucha importancia y si es posible hasta ignorarlo. Molestarse no solucionará nada, posiblemente empeorará la situación; tanto castigarlo como recompensarlo para que deje su rabieta son conductas erróneas para solucionar el problema.
Ciertas actitudes tales como rabietas, llantos, gritos o pataletas son aceptables y el padre puede acompañar al niño pausadamente tomándole la mano, hasta que se calme; no obstante, comportamientos agresivos como golpear, arrojar objetos o gritar continuamente por tiempo prolongado no deben admitirse, lo mejor será aislar al niño de lo que generó el problema, dejarlo solo o quizá abrazarlo hasta que se calme y vuelva a controlar sus emociones. No regrese al lugar hasta después de uno o dos minutos, pero luego, al volver, interéselo por otra cosa.
Cuando estos ataques se presentan de forma continua o son muy fuertes, provocando consecuencias en las que el niño aguante la respiración, se desmaye, se haga daño a sí mismo o a los demás, se debe acudir al pediatra; de igual manera si empeoran después de los 4 años.
Fuente: Reina A. Benitah/redaccion@pediatria24.com
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